Crecer entre varias culturas
- Una infancia en el país de acogida
Yo no sé dónde nací
ni sé tampoco quién soy.
No sé de dónde he venío
ni sé para dónde voy.
Soy gajo de árbol caído
que no sé dónde cayó.
¿Dónde estarán mis raíces?
¿De qué árbol soy rama yo?
Coplas populares de Boyacá, Colombia
La migración no solo tiene repercusiones importantes en la vida de los padres migrantes, sino también de los hijos que nacieron en el país de acogida o llegaron a él de pequeños.
Imaginemos esta vivencia a través de los ojos de un niño
El día en que salimos de nuestro país se nos ha quedado grabado en la memoria. La experiencia habrá sido más difícil si nos sentimos a solas con nuestro dolor, si no pudimos expresárselo a nuestros padres, que bastante tristes estaban ya. O si la salida fue inesperada y no nos habían preparado a ella suficientemente, o si la duración de la estancia era provisional o incierta. Quizá nuestros padres nos dijeron que regresaríamos unos años después.
Ante las decepciones y la dureza de la vida, la idea de un futuro regreso es tranquilizadora para los padres y les ayuda a soportar el exilio. En cambio, los niños tienen más dificultades para proyectarse a ese futuro y construirse en el país de acogida.
Quizá nos acordemos de los tiempos difíciles y de la tristeza de nuestros padres. Los primeros tiempos tras la migración estuvieron cargados de emociones para todos y los niños, inevitablemente, pudimos percibir el estrés de nuestros padres, que tal vez no se adaptaron fácilmente al nuevo país. Nosotros tuvimos que adaptarnos a una escuela nueva y hacer amigos. Tal vez al principio nos costaba identificarnos con los demás escolares, que no se comportaban como nosotros. Tanto si ya nacimos aquí como si no, algunas de las diferencias con los compañeros nos habrán provocado sentimientos desagradables. Puede que hayamos tenido vergüenza de que nuestros padres fueran diferentes, hablaran con acento o tuvieran un empleo menos bien considerado que otros. Es posible que tuvieran menos dinero o un alojamiento no ideal. Trabajaron duro y mucho, además del trabajo suplementario en casa, no les sobraba el tiempo y se sintieron desbordados. La vida en el país de acogida no siempre les resultó fácil.
Todos tenemos vivencias propias y recuerdos relacionados con la migración de nuestros padres, que ha tenido un impacto en nuestra vida, con aspectos positivos y negativos. En todo caso, se trata de un proyecto que nos ha ofrecido nuevas oportunidades, tanto a nosotros como a nuestra familia.
- ¿Soy más bien de aquí o de allá?
Al crecer entre dos culturas, nos sentiremos pertenecer más a una o a la otra, o bien a las dos a la vez. Más a gusto aquí o allá. O, a veces, tendremos la impresión de no encajar en ninguna de estas categorías. Aquí no nos sentimos totalmente como los demás, pero allá también nos sentimos forasteros. Por supuesto, no se trata de que elijamos entre ambas culturas. Nuestra identidad y nuestra pertenencia se definen según criterios que no son el de la nacionalidad.
Hemos aprendido a conciliar ambas culturas sin darnos cuenta. Muchos mantienen la cultura de origen en la vida familiar, hablando la lengua materna o celebrando las correspondientes festividades, al tiempo que hablan el idioma del país anfitrión en público y participan plenamente en esta sociedad.
Para muchos de nosotros, el apego al país de los padres es grande, aunque no hayamos vivido en él. Tanto más si lo hemos visitado periódicamente de niños, o si en él tenemos familia o amigos. Lo asociamos con las vacaciones, el sol, las fiestas, la alegría y el buen humor de los padres. En él nos sentimos iguales a los demás. Otros no habrán tenido la oportunidad de visitar el país de sus antepasados, pero su interés por él y su apego se desarrollan gracias a las historias y las imágenes transmitidas por los padres.
El interés por la cultura de los padres puede expresarse sutilmente o aparecer más tarde. Podemos plasmarlo, ya de adultos, aprendiendo voluntariamente la lengua que no nos transmitieron nuestros padres, o viajando al país de origen de estos.
Al reconocer la aportación de ambas culturas, podemos sacar el máximo provecho de cada una y beneficiarnos de la doble pertenencia.
- La doble pertenencia…
Desde el nacimiento, nuestra interacción con el mundo contribuye a forjar nuestro universo íntimo, nuestra personalidad, nuestra identidad. El entorno social y cultural en que hemos crecido, concretamente nuestra familia con su cultura, nos influye. Se refleja en nuestra forma de pensar y de comportarnos, en los valores y las normas que hacemos nuestros.
Pero si hemos nacido aquí o llegamos de pequeños a esta nueva sociedad, hemos crecido en diferentes entornos culturales, y hemos construido nuestra personalidad en esta situación específica de contacto entre dos o más culturas. Sin darnos cuenta pasamos del mundo de la familia, con el universo cultural de los padres, al de la escuela y de los medios de comunicación, en el cual predomina la cultura del país de establecimiento.
Claro está que cada familia tiene su propio modo de funcionamiento e interacción y sus normas internas, distintos de los exteriores. Cuando las dos culturas difieren mucho entre sí, puede darse un desfase importante entre el entorno de la familia y el universo exterior. Los niños necesitan ser aceptados por el grupo en que viven, sobre todo por los demás niños, y formar parte de él. Y también necesitan sentir que forman parte del mundo cultural de sus padres. Así pueden conciliar los dos universos y sentirse mejor integrados.
…como riqueza
La doble pertenencia es un activo. Crecer entre dos culturas presenta la ventaja de que se tienen dos modelos de referencia, dos formas de pensar, se habla otra lengua… En la vida cotidiana tenemos la opción de apoyarnos o no en ambas culturas, lo cual constituye una ventaja en una sociedad que se diversifica cada vez más.
Si bien es cierto que la migración puede conllevar obstáculos y tensiones a distintos niveles, también es verdad que brinda a todos los miembros de la familia muchas oportunidades de satisfacción, aprendizaje y desarrollo.