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Las discordancias entre las generaciones y las culturas

  • Una diferencia intergeneracional y cultural

El hecho de que los niños recurran a modelos diferentes de los de sus padres puede hacer más compleja la relación paterno-filial. Pueden aparecer tensiones y conflictos entre los padres, tal vez más apegados a los valores tradicionales, y los hijos, que quieren ser aceptados por los demás niños y adoptar las costumbres de estos.

En la escuela, mediante el contacto con otros niños o con los profesores, los hijos se implican directamente en la sociedad de acogida. Aprenden y pondrán en práctica más rápidamente las costumbres y la lengua del país. Por el contrario, quizá sus padres no lleguen nunca a sentirse lo bastante cómodos con el idioma local y la nueva cultura; pueden ser más reacios al cambio y considerar primordial mantener la cultura tradicional. Por otra parte, a veces los hijos tienen pocas oportunidades de aprender cosas sobre la cultura de origen de los padres. De resultas de ello, padres e hijos pueden vivir cada vez más en mundos culturales diferentes.

Esta diferencia puede complicar la comunicación y el entendimiento mutuo en la adolescencia. En esa fase, en que crece exponencialmente la implicación de los hijos fuera del entorno familiar, es frecuente que surjan tensiones sobre las normas en casa, la manera de vestirse y de hablar, las amistades o las salidas nocturnas. Además, cuando cada uno se aferra a modelos, expectativas y valores diferentes, la incomprensión y las tensiones se intensifican. Además de la diferencia intergeneracional, estos padres y jóvenes tienen que resolver su diferencia cultural. Puede suceder que los padres consideren que los hijos deben anteponer las necesidades de la familia a las suyas propias, o que los adolescentes deben posponer el momento de un noviazgo o incluso evitar tener amigos del sexo opuesto. Puede que a los padres les resulte imposible aceptar las reivindicaciones de un adolescente. Todo ello es especialmente difícil si surgen disputas con regularidad en las que se escapan palabras o actos hirientes que pueden lamentarse después.

Los conflictos también forman parte de las relaciones familiares, pero es evidente que todos, padres e hijos, tienen la necesidad y el deseo de mantener la cercanía de los seres queridos. Lo que cuenta es la manera en que la familia resuelve los conflictos.

El punto de vista de los niños o adolescentes

Si somos hijos de padres inmigrantes, puede que nuestros padres nos hayan parecido más estrictos que los demás. Quizá no hayamos tenido tanta libertad como nuestros amigos, por ejemplo para salir por la noche. Nos sentíamos más controlados o vigilados. En casa había normas incuestionables. Quizá hayamos reprochado a nuestros padres lo estrictos que eran, viendo que otros eran más permisivos. Era frustrante que nos dijeran: «¡Aquí esto es así y no se hable más!».

Al estar más familiarizados con la sociedad de acogida que nuestros padres, podíamos comparar y evaluar mejor las dos culturas. Teníamos más distancia frente a la cultura de nuestros padres y tal vez una actitud más crítica respecto a lo que ellos querían transmitirnos. Eso nos daba la impresión de que ellos se habían quedado anclados en concepciones de su tierra y del pasado.

A veces, también podía haber un desfase entre nosotros y nuestros padres por el dominio del idioma o nuestro mayor nivel de instrucción. Como manejábamos mejor la lengua y conocíamos mejor la sociedad de aquí, tuvimos que ayudar a nuestros padres en algunas gestiones administrativas y para traducirles cosas. Esto nos pudo ayudar a hacernos más maduros o responsables, pero al mismo tiempo hacía que nos costara más reconocer la autoridad de nuestros padres.

En esta situación no es fácil conciliar, por un lado, las expectativas y los valores de los padres y, por otro, los de la sociedad en que vivimos. Si ambos lados difieren demasiado entre sí, ¿cómo saber en por dónde tirar y qué expectativas satisfacer? Por ejemplo, puede que se espere de las niñas que se apliquen en la escuela y adquieran determinadas cualidades valoradas por la sociedad, como el individualismo y la creatividad. Pero al mismo tiempo se espera de nosotras que nos ajustemos al modelo tradicional de la mujer. Eso es especialmente difícil cuando te da la impresión de que eres desleal con la familia.

Somos conscientes y reconocemos los sacrificios y los esfuerzos que han tenido que hacer nuestros padres para darnos mejores condiciones de vida. De alguna manera nos sentimos en deuda con ellos y no queremos defraudarles en cuanto a sus expectativas e ideales. Al mismo tiempo, tenemos que adaptarnos a la sociedad en la que se construirá nuestro futuro.

El punto de vista de los padres

Si somos padres inmigrantes, tenemos que hacer frente a la enorme tarea de educar a los hijos sin apoyos y en un entorno que no nos es familiar. La educación nunca es fácil, pero los inmigrantes lo tenemos aún más duro.

Nos sentimos a veces solos para afrontar las dificultades cotidianas. Hemos perdido el gran apoyo de la familia y los parientes que se quedaron en nuestro país. Necesitamos intercambiar opiniones con otros sobre temas de educación y ratificar nuestra manera de actuar, pero lo que echamos en falta es la ayuda mutua, el que nos echen una mano y los favores que nos hacían los familiares, que nos facilitaban la vida diaria.

Todos tenemos nuestra idea de lo que es un buen padre o una buena madre de familia y de ciertas estrategias para la educación de los hijos. Pero en este país observamos que los demás tienen concepciones muy diferentes. Una práctica educativa corriente en un país puede no ser habitual en otro. El cambio de país, y también la evolución de la sociedad moderna, hacen que la vida cotidiana sea muy distinta a la que habíamos conocido cuando éramos niños. Lejos de los nuestros tendemos a dudar de nuestras competencias parentales, a poner en tela de juicio nuestra manera de educar y a no saber cómo estar o cómo hacer. Nos sentimos impotentes.

Ante las diferencias desestabilizadoras entre los valores y los modelos educativos de ambos países, queremos preservar la estabilidad en la familia, aun siendo más rigurosos, prohibiendo más o con normas más estrictas. Nuestros hijos adolescentes quieren hacer actividades solos porque eso es normal en este país, pero para nosotros algunas son inaceptables. De vez en cuando, cuando el comportamiento de los hijos se aparta demasiado de lo que nos parece conveniente, o cuando reivindican más libertad, no vemos otra opción que recurrir a más autoridad. Nos pasa sobre todo con el mayor, al que tratamos de transmitir, con mayor rigor tal vez, la educación que nos parecería ideal en nuestro país. Por eso nos parece hiriente que se nos reprochen nuestras prácticas educativas, que en nuestro país se considerarían adecuadas y protectoras.

Tenemos la impresión de que la sociedad de este país entra en conflicto con nuestras ideas, pero no queremos impedir que nuestros hijos se adapten a ella, que representa su futuro. Lo que más deseamos es transmitirles los valores que les ayudarán a ser felices.

  • El diálogo es el único medio para mitigar los conflictos

Cada cultura, y también cada familia, tiene sus maneras propias de tratar unos con otros, de gestionar y de expresar los sentimientos: más por actos, o más por palabras; abordando o no determinadas cuestiones. Puede que padres e hijos no hablen abiertamente. Hay cosas que no se dicen, no se puede hablar de todo.

Cuando existen desavenencias, si cada generación se encierra en su cultura de origen o en su manera de ver las cosas, no hay escapatoria al conflicto. La falta de diálogo crea aún más distancia e incomprensión entre las generaciones.

Claro que no hay soluciones fáciles para los conflictos generacionales y culturales. Hay que recurrir a cuestionamientos y ajustes permanentes. Estando a la escucha, aceptando y procurando comprender nuestros propios sentimientos, como también los del otro, tendremos una comunicación más positiva, que nos lleve a encontrar juntos un compromiso y a estrechar lazos.

Es importante que los padres transmitan sus valores manteniéndose abiertos al exterior y a nuevos modos de vida. Si creen en su competencia y en el potencial de sus hijos, podrán adoptar una actitud más flexible y cumplir mejor su cometido en el país de acogida.

La parentalidad conlleva siempre soportar y aceptar incertidumbres, dudas y temores respecto de los hijos. Es útil pensar en todos los esfuerzos y la paciencia ya derrochados para transmitir a los hijos valores y competencias importantes. Ese es el legado parental. Los padres pueden estar seguros de que eso les permitirá a los hijos encontrar el buen camino y tomar las decisiones acertadas.

El diálogo mejora estando a la escucha de los propios y más íntimos sentimientos, teniendo en cuenta las vivencias y los puntos de vista del interlocutor, a fin de encontrar las soluciones adecuadas. Estar a la escucha, de sí mismo y del otro, es lo que permite alcanzar una actitud más abierta.

 

 

 

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