Vivir entre dos culturas
Sentirse bien en el país de acogida al tiempo que en armonía con los orígenes culturales es posible, pero no siempre fácil. Para integrarnos en el nuevo entorno no tenemos que renunciar a nuestros orígenes; no se trata de elegir una cultura o la otra. Valorando nuestra herencia cultural podremos asumir mejor la otra cultura como riqueza y complemento.
Cada persona elige la medida en que desea participar en la sociedad de acogida y mantener su identidad cultural. Muchas desean firmemente formar parte de la sociedad de acogida, sin por ello tener que renunciar a su cultura. Podemos estar muy apegados a nuestros orígenes, identificarnos con ellos y tener un fuerte sentimiento de pertenencia. Preservar nuestros valores y tradiciones y nuestros lazos con las personas de nuestro origen no nos impide tomar contacto con otros colectivos ni adoptar los nuevos valores y hábitos del país de establecimiento. Comprometernos tanto con la cultura de origen como con la de llegada contribuye a que nos sintamos integrados.
Pero las circunstancias pueden también hacer que las cosas tomen otro rumbo. Podemos vernos impelidos a buscar refugio únicamente en nuestra cultura de origen y aislarnos entre nuestros paisanos. Idealizamos la cultura propia cultura y nos desinteresamos de la que nos recibe. A la inversa, también podemos desear mimetizarnos con la sociedad de acogida, o vernos obligados a ello. Entonces rechazaremos los valores de nuestro país de origen y el contacto con nuestra comunidad, mientras idealizamos la sociedad de acogida. Por último, puede ocurrir que no nos reconozcamos en ninguna de ambas, en cuyo caso nos resultará imposible participar en una o en la otra.
Alcanzar un equilibrio adecuado entre ambas culturas es beneficioso. Implicarnos en el país de acogida sin perder la identidad, las tradiciones y los valores propios nos ayuda a encontrarnos bien en el país que nos recibe. A ello también contribuye en gran medida, en muchos casos, tener un empleo, estar en contacto con otras comunidades y conocer la lengua del país. Otras personas se encuentran bien si sus hijos prosperan. Cada uno tendrá las prioridades y los criterios que contribuyan a que se sienta integrado.
La migración no es tan solo un período transitorio, sino la evolución de toda una vida y una nueva manera de estar en el exilio.
Vivir la doble pertenencia como un activo
En ciertos momentos, el pertenecer a otra cultura puede percibirse como un obstáculo, por las dificultades que puede suponer en la vida cotidiana, pero conocer o pertenecer a dos culturas es una ventaja.
Integrarse en otro país conlleva la ventaja de poder aprender cosas nuevas y descubrir aptitudes personales insospechadas hasta entonces. Si la decisión de migrar ya requiere un cierto grado de flexibilidad y apertura, el contacto con otra cultura refuerza estas dos cualidades. Asimismo, a través de esta experiencia tomamos conciencia de las particularidades de nuestra cultura y llegamos a conocer mejor nuestra identidad y nuestros valores. Al abrirnos al otro aprendemos a conocernos y a reconocer que cada cultura tiene su propia lógica.